El valor de las cosas sin precio.

Los sacrificios de una madre por su incesante y eterno sin vivir para criar a sus hijos lo mejor que puede, porque el sin vivir de una madre nadie lo puede medir.

Las penas de un padre que deja su vida en el trabajo de sol a sol, para que los suyos no falten de nada. Esos padres que se las buscan cuando el trabajo no se encuentra.

La inquietud de los abuelos por sus nietos, que sin ser padres están en la sombra de lo que les corresponde, y que muchas veces son más que padres.

La abnegación de un hijo o hija que se convierten en padres de sus padres, porque ahora los hijos son sus padres por la enfermedad o por la edad.

La complicidad de un hermano, de esos que se parecen tanto a lo que ves cuando te miras al espejo, de esos que son capaces de partirse por tí en cuatro.

Eso también son los humanos que no quieren romper la cadena del amor, porque sin amor no somos nada ni nadie. Familiares que se ofrecen y necesitan y que van más allá del toque de un reloj o de una campana, de una tradición que tapa lo que el corazón entiende y comprende.

Quién se atreve a poner un precio y mucho menos a comprarlo. Esas personas que son capaces de destruir orgullo y prejuicio por la necesidad de estar bien con los suyos.

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